Es innegable que los bebés encuentran relax, seguridad o bienestar al succionar el chupete. Además, su uso reduce la incidencia de muerte súbita del lactante y es analgésico pero hay que ser conscientes de que su uso ha de ser moderado y siempre por tiempo determinado.
Si el uso del chupete se hace de manera constante y, además, se prolonga más allá de los 3 años, éste puede crear malformaciones.
Se relaciona con la aparición de mordida abierta, es decir, la separación entre los dientes superiores e inferiores al cerrar la boca, siendo aconsejable que esta alteración sea valorada por un odontopediatra.
Este efecto puede ser reversible siempre y cuando el uso del chupete desaparezca antes de los 3 años.
Se estima que para que las malformaciones sean apreciables es necesario que se ejerza una presión más o menos constante durante 6 horas diarias.
Por tanto, el factor tiempo (duración y frecuencia del hábito) y la energía o intensidad de succión son fundamentales. Será mucho más difícil que aquellos niños que utilicen el chupete de una manera puntual (sólo para dormirse) desarrollen una maloclusión. No obstante, la musculatura facial y la predisposición genética son factores que explican el por qué hay niños que usan chupete y no presentan alteraciones dentofaciales.
Otro problema asociado a los chupetes y motivo de preocupación es un uso indebido del mismo al untarlo frecuentemente en algún líquido dulce, lo cual puede llegar a provocar las llamadas caries de biberón.
¿Cómo conseguir que dejen de usar el chupete?
No es fácil retirar el chupete, no existe la solución ideal: untarlo en sustancias de sabor desagradable, cortar la tetina para que la sensación de chuparla ya no sea tan placentera, dárselo a los Reyes Magos…puede ayudar. Pero, indudablemente, lo más importante es que una vez tomada la decisión de retirarlo ésta sea firme; cuando el niño deje el chupete se acordará de él y volverá a pedirlo, pero es conveniente no ceder.
Es muy importante no sustituir la retirada del chupete por el dedo ya que este hábito es mucho más difícil de controlar y hacer que desaparezca llegado el momento oportuno. Por otro lado, chuparse el dedo conlleva peores consecuencias que el chupete: además de favorecer la mordida abierta, la presión que se ejerce al succionar el dedo repercute en una elevación excesiva de la bóveda del paladar y un estrechamiento de la arcada maxilar. Estas alteraciones no revierten espontáneamente y antes o después necesitan tratamiento ortodóncico.